miércoles, 18 de febrero de 2009

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
- Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Enstusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo frente a la puerta de mi casa. Es de mandera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en oana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy que todo esta diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de mis piernas, el ancho del asiento, la altura del techo… todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”; de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¿Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo…” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ándo quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
- ¿No te das cuenta que a este carruaje le hace falta algo?
Yo pongo cara de que-le-falta mientras miro alfombras y los tapizados.
- Le faltan los caballos – me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo –Pienso-; por eso me parece aburrido…
- Cierto- digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:
- ¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibracion en el carruaje y al ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que em conducen por caminos terribles, agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por abrrios peligrosos.
Me doy cuenta que ya no tengo ningun control de nada; los caballos mee arrastran a donde ellos quieren.
AL principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahi cerca, en su auto. Lo insulto:
-¿Qué me hizo!
Me grita:
-¡Te falta el cochero!
-¡Ah! – digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decico contratar a un cochero. A los pocos dias asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento. Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente el regalo que me hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Èl conduce, él controla la situcación, él decida la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto del viaje.
Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico de ser.
Hemos nacido, salido de nuestra “casa”y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado expecialemente para cada uno de nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo, pero que será el mismo durante todo el viaje.
A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un
requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje – el cuerpo – no serviría para nada si no tubiese caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos nos llevaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es cuando aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero manejará nuestro mejor tránsito.
Hay que saber que cada uno de nostros es por lo menos los tres personajes que intervienen allí.

Vos sos el carruaje, sos los caballos y sos el cochero durante todo el camino, que es tu propia vida.
La armonia deberás construirla con todas estas *partes*, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas.
Dejar tu cuerpo sea llevado sólo por tus impulsos, tus efectos o tus pasiones puede ser y es sumamente peligroso. Es decir, necesitás de tu cabeza para ejercer cierto orden en tu vida.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque… ¿Qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tubieras ningún deseo, ¿Cómo sería la vida? Sería como la de la gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje.
Recién cuando puedo incorporar esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito, que soy mis ganas y mis deseos y mis instintos; que soy además mis reflexiones y mi mente pensante y mis experiencias… Recién en ese momento estoy en condiciones de empezar, equipado, este camino, que es el que hoy decido para.

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